Hasta ahora, en mi teoría de las emociologías, me he centrado en el victimismo y la utopía. Ya que son los elementos esenciales del discurso en estas variantes de las ideologías basadas en la pura manipulación emocional.
Pero hay otro elemento que también es importante y aún no he incorporado. La principal golosina de enganche de las emociologías: el adictivo sentimiento de superioridad.
¡Quién no ha visto alguna vez la exultante sonrisa de suficiencia de los populistas! Esa sonrisa con la que muestra hasta que punto se siente superior a la persona que tiene enfrente.
O ¿Acaso no es evidente que utilizar de manera sistemática la burla política respecto de un grupo social suele tener detrás una pretensión de superioridad?
Un ejemplo de este trasfondo de superioridad, aprovechando algunas ideas de Wyoming, presentador del Intermedio, el principal programa de burla política en España: "En España nunca hemos tenido una derecha normal", "con Franco no murieron los millones de franquistas"...
Es decir, a partir de un claro prejuicio frentista (la derecha es fascista, lo manifieste o no), no es que vea malo un sistema dictatorial, sino que directamente ve mala (moralmente inferior) a media España. Haya dictadura o no.
Y su oyentes no sólo disfrutan de su inteligente humor, que lo es, sino también de pertenecer a ese grupo superior que son los de izquierdas.
Para quien no lo vea claro, imaginemos que dijese: los negros de África provienen de una cultura primitiva y brutal. Así que no pensemos que se les pasa al cruzar el Estrecho o a sus hijos 40 años después... ¿Se ve el prejuicio no?
Así que digámoslo con claridad: la pretensión de superioridad moral de los populistas y correctos no es distinta de la superioridad racial o cultural de los nacionalismos. O de la superioridad espiritual del islamismo.
Es la principal gratificación que los líderes manipuladores ofrecen a sus seguidores: un agradable sentimiento de superioridad con el que que calmar la necesidad de autoestima. La droga con la que consiguen que su hinchada quiera volver una y otra vez a escuchar lo mismo, a recordar lo mismo, a vivir en ese mundo cerrado y asfixiante que crean las emociologías.
Y es, a la vez, el narcótico que permite que sus seguidores acepten las ideas más estrambóticas e irracionales.
¿Acaso no es eficaz acercarse a los colectivos más marginales, aquellos con más problemas de autoestima, y ofrecerles una solución mágica acompañada de inyección de superioridad?
¡Por eso es normal que aprovechen las crisis! Los momentos en que las sociedades sufren y dudan de si mismas.
Así aparecieron el nacionalismo vasco, el comunismo, el islamismo... aprovechando colectivos a los que la falta de autoestima vuelve vulnerables a la trampa de la superioridad. Una trampa especialmente adictiva y contagiosa para quienes se sienten desvalorizados.
Por último, otra de las facetas de esta droga, es que facilita la colaboración entre emociologías.
Las emociologías colaboran entre si por un interés obvio, cuando tienen un enemigo común.
Pero es aún más fácil asociarse entre consumidores de complejo de superioridad. Es sencillo para un adicto el derivar en politoxicómano.
Acompañar la sensación de superioridad racial con superioridad moral y viceversa.
Pero hay otro elemento que también es importante y aún no he incorporado. La principal golosina de enganche de las emociologías: el adictivo sentimiento de superioridad.
¡Quién no ha visto alguna vez la exultante sonrisa de suficiencia de los populistas! Esa sonrisa con la que muestra hasta que punto se siente superior a la persona que tiene enfrente.
O ¿Acaso no es evidente que utilizar de manera sistemática la burla política respecto de un grupo social suele tener detrás una pretensión de superioridad?
Un ejemplo de este trasfondo de superioridad, aprovechando algunas ideas de Wyoming, presentador del Intermedio, el principal programa de burla política en España: "En España nunca hemos tenido una derecha normal", "con Franco no murieron los millones de franquistas"...
Es decir, a partir de un claro prejuicio frentista (la derecha es fascista, lo manifieste o no), no es que vea malo un sistema dictatorial, sino que directamente ve mala (moralmente inferior) a media España. Haya dictadura o no.
Y su oyentes no sólo disfrutan de su inteligente humor, que lo es, sino también de pertenecer a ese grupo superior que son los de izquierdas.
Para quien no lo vea claro, imaginemos que dijese: los negros de África provienen de una cultura primitiva y brutal. Así que no pensemos que se les pasa al cruzar el Estrecho o a sus hijos 40 años después... ¿Se ve el prejuicio no?
Así que digámoslo con claridad: la pretensión de superioridad moral de los populistas y correctos no es distinta de la superioridad racial o cultural de los nacionalismos. O de la superioridad espiritual del islamismo.
Es la principal gratificación que los líderes manipuladores ofrecen a sus seguidores: un agradable sentimiento de superioridad con el que que calmar la necesidad de autoestima. La droga con la que consiguen que su hinchada quiera volver una y otra vez a escuchar lo mismo, a recordar lo mismo, a vivir en ese mundo cerrado y asfixiante que crean las emociologías.
Y es, a la vez, el narcótico que permite que sus seguidores acepten las ideas más estrambóticas e irracionales.
¿Acaso no es eficaz acercarse a los colectivos más marginales, aquellos con más problemas de autoestima, y ofrecerles una solución mágica acompañada de inyección de superioridad?
¡Por eso es normal que aprovechen las crisis! Los momentos en que las sociedades sufren y dudan de si mismas.
Así aparecieron el nacionalismo vasco, el comunismo, el islamismo... aprovechando colectivos a los que la falta de autoestima vuelve vulnerables a la trampa de la superioridad. Una trampa especialmente adictiva y contagiosa para quienes se sienten desvalorizados.
Por último, otra de las facetas de esta droga, es que facilita la colaboración entre emociologías.
Las emociologías colaboran entre si por un interés obvio, cuando tienen un enemigo común.
Pero es aún más fácil asociarse entre consumidores de complejo de superioridad. Es sencillo para un adicto el derivar en politoxicómano.
Acompañar la sensación de superioridad racial con superioridad moral y viceversa.
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