Imaginemos un hombre que ningunea y maltrata a su mujer por prejuicios machistas. Durante años. Desde siempre que se recuerda. Desde el inicio de su relación adulta, hace unos 35 años.
Imaginemos que un día se propasa tanto que su mujer al fin reacciona. Manifiesta su queja en voz alta, le empieza a afear cada falta de respeto y, como él no frena, acaba denunciándolo.
En versión grupo social, algo así ha ocurrido con el Procés. Una agresión de los catalanes nacionalistas al resto de catalanes, en la que han mostrado las peores facetas del machismo, perdón, del nacionalismo. La manipulación, la falta de respeto y empatía... no obstante, también ha permitido comprobar que el nacionalismo no es tan imponente y dominante cuando se le hace frente.
Pero claro, la historia no acaba aquí. Hay vida después del Procés.
Aparece un viejo amigo del marido que, apelando a la concordia y la buenas maneras, exige a su colega que sea legal y se comporte con un mínimo respeto y le pide a ella que frene en sus quejas para buscar juntos una solución.
Propone que él declare que no volverá a agredirla y que ella, a su vez, garantice que la cena estará a la hora, que hablará como a él le gusta, se encargará de que los niños no molesten cuando el padre está emocionado con el fútbol... vamos, la vuelta a la situación tradicional, a lo anterior a la explosión del Procés.
Es decir, propone paz y concordia a cambio de afianzar el dominio del marido (blindar autogobierno, educación, idioma…), que la mujer retire la denuncia (reducir las consecuencias judiciales del Procés...) y apoyar juntos los prejuicios machistas (nación de naciones…).
Y colorín, colorado, problema resuelto y van todos juntos y felices al fútbol (todos los hombres, se entiende, ERC-PSC-Podemos)... hasta que llegue la siguiente explosión del marido.
Corolario: habrá que recordar a los políticos, en especial a los del PSC, que los prejuicios supremacistas son todos lo mismo: una fuente de agresión y dominio de unos sobre otros. Da igual prejuicios machistas o nacionalistas.
Y que la solución nunca viene de acallar las quejas mientras se sigue regando metódicamente la planta de los prejuicios. Ni de aumentar el tamaño del tiesto para evitar que haya motivos de queja. Porque así sólo se agrava el problema para el futuro. A la gente hay que respetarla, pero no a los prejuicios. Esos ¡hay que desmontarlos!
P.D.: No he querido entrar en lo que fue ETA... pero creo que cualquiera puede colocarla en el cuadro.
P.D.2: El símil del divorcio España-Cataluña no es bueno. Ni son dos entes separados (los catalanes son parte de los españoles), ni hay una voluntad definida en cada uno (más de la mitad de los catalanes no son independentistas y hay españoles partidarios del derecho de secesión fuera de Cataluña).
Es más real el símil del matrimonio entre nacionalistas y no nacionalistas que conviven y deben respetarse.
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